Dejar Ir para fluir!
Hace algunos años llego a mí, un mensaje maravilloso: «Si una persona se aferra a su pasado, muere cada día un poco». Desde entonces, me concentro en aplicarlo en todos los planos de mi vida, trato de disfrutar al máximo mi presente porque soy consciente que pronto se convertirá en mi pasado.
Dice la cultura oriental, que el sufrimiento es consecuencia de nuestros aferramientos, a personas, situaciones, lugares, espacios, sentimientos, objetos materiales, etc. Y aunque tiene mucho sentido, es muy difícil no sufrir por la muerte de algún ser querido, no extrañar a alguien que se va o no sentir angustia si nos chocan el auto. Pienso entonces, que solo somos seres humanos, en un largo camino de aprendizaje. Al mismo tiempo, creo que somos dueños de nuestras vidas y somos responsables de que todo dura lo que nos permitimos.
Pienso en la impermanencia, en que nada es para siempre y lucho a diario por permitirme fluir, porque la mochila que cargo no sea tan pesada; porque mis apegos o aferramientos sean lo suficientemente ligeros para permitirme continuar. Trabajo cada día de mi vida en “dejar ir”; en no forzar situaciones para que las cosas sucedan según mis deseos; en soltar ideas y creencias, miedos, culpas. Trabajo en el desapego como camino a mi libertad interior.
Para “dejar ir” debemos ser permeables a los cambios; sin miedos ni expectativas, simplemente dejar fluir. Debemos aceptar, agradecer y valorar todo lo que llega a nuestras vidas. Perdonarnos, ser receptivos, compasivos y vivir con honestidad todos nuestros procesos. “Dejar ir” es un acto de amor, de compromiso y de responsabilidad con nosotros mismos.
Comparto un cuento que nos grafica el “dejar ir”:
Dos monjes zen iban cruzando un río. Se encontraron con una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo. Así que un monje la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla.
El otro monje estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro.
Eso estaba prohibido. Un monje budista no debía tocar una mujer y este monje no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.
Recorrieron varias leguas. Cuando llegaron al monasterio, mientras entraban, el monje que estaba enojado se volvió hacia el otro y le dijo:
-Tendré que decírselo al maestro.
Tendré que informar acerca de esto.
Está prohibido.
-¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -le dijo el otro.
-¿Te has olvidado? Llevaste a esta hermosa mujer sobre tus hombros -dijo el que estaba enojado.
El otro monje se rió y luego dijo:
-Sí, yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás cargando..
Ilustraciones tomadas de la web
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