Huele a antes: memorias que viven en el aire
Siempre he tenido un olfato sensible, exageradamente sensible. De esos que detectan un cambio en el aire antes de que alguien entre a una habitación. A veces me río y digo que huelo como sabueso, aunque confieso que no siempre es divertido.
Porque sí: olerlo todo es un superpoder… hasta que no lo es.
El perfume invasivo en una sala cerrada. El olor a humedad en un libro viejo. Ese aroma agrio en el supermercado que nadie más parece notar… y yo sí. Intensamente. Pero también —y aquí viene la parte mágica— hay olores que me salvan el día. Que me hacen cerrar los ojos como quien se deja caer en una hamaca suave del pasado. Porque si algo he aprendido es esto: el olor no solo se percibe, se recuerda. Y recordar, a veces, es volver a vivir.
Científicamente, esto tiene una explicación fascinante. El olfato es el único sentido que se conecta directamente con el sistema límbico, la zona del cerebro encargada de procesar emociones y recuerdos. No hace escalas, va directo al corazón emocional de la mente. Es por eso que, sin saber cómo, un olor puede hacerte llorar, o reír, o estremecerte.
Me pasa seguido.
– El olor a petricor (tierra mojada) me lanza directo a tardes de infancia en el campo.
– El de ciertos jabones me lleva a casas que ya no existen, pero que siguen siendo hogar.
– El de una comida específica me devuelve a una conversación que ya no puedo repetir.
A veces, incluso el olor de una persona que ya no está me acompaña un instante. Y ahí está el regalo: ese instante basta para sentirla cerca otra vez.
Tener un olfato tan despierto es como vivir con un radar emocional encendido. Porque detrás de cada aroma, hay una historia, una escena, un vínculo. Y no todos son felices, hay olores que duelen, que activan recuerdos tristes, pérdidas, miedos. Pero incluso esos, cuando los miro con amor, me muestran cuánto he crecido. Me recuerdan que, aunque el pasado sigue oliendo, yo ya no soy la misma que lo vivió.
A veces me preguntan por qué ciertas cosas me impactan tanto. Y creo que es porque las siento con todos los sentidos. Yo huelo las emociones, las de hoy,las que ya pasaron, y las que aun no entiendo del todo.
En Ratatouille, basta una cucharada para que el crítico más duro vuelva a ser un niño amado. En El perfume, el protagonista se obsesiona con capturar lo invisible: esa esencia única de cada ser. Y yo —como muchos de ustedes, quizás— camino por la vida inhalando pequeñas eternidades.
Te invito a que esta semana respires con intención.
Que reconozcas qué huele a hogar, qué huele a despedida, qué huele a posibilidad.
Que no rechaces los aromas incómodos: a veces, ahí hay memoria. Y aprendizaje. Y señales.
Y que tampoco subestimes los placeres simples: el olor del café en la mañana, del libro nuevo, del abrazo de alguien que amas. Oler es recordar. Y recordar es vivir más profundamente.
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