La cultura de lo efímero
En la era donde todo brilla un segundo antes de apagarse —un story en Instagram, una moda viral, un éxito fugaz— el ser humano se enfrenta a un doble movimiento: por un lado la prisa por consumir, desechar y reemplazar; y por otro lado, el anhelo profundo de que algo suyo permanezca, que algo de su paso por el mundo trascienda. En este post exploraremos esa paradoja: cómo la cultura contemporánea de lo efímero convive (y colisiona) con un deseo casi místico de trascendencia.
El sociólogo Zygmunt Bauman llama “modernidad líquida”: un mundo en el que las estructuras fueron reemplazadas por flujos incesantes, los vínculos por relaciones transitorias, y lo fijo por lo fugaz. Cuando lo sólido se transforma en líquido, la estabilidad deja de ser una virtud: “las vidas y las culturas han sido reducidas a ‘mera secuencia de instantes que no dejan huella’”.
En otras palabras: vivimos como si estuviéramos en una barca que nunca puede amarrar. Y en esa barca nos encontramos consumiendo experiencias, reemplazando objetos, desplazando vínculos… todo con la velocidad de un swipe. Y justamente esa velocidad erosiona nuestra sensación de duración, de impacto, de legado.
Un estudio reciente sobre “inmortalidad digital” en jóvenes chinos señala que la fascinación por dejar huella en medios digitales —una foto, un avatar, un perfil eterno— está conectada con el deseo de perpetuación más que con la simple socialización. La disonancia entonces es clara: mientras culturalmente se celebra la inmediatez y el uso-y-desecho, individualmente persiste un anhelo: “que algo mío permanezca”.
Junto a la liquidez cultural, surge como contrapunto el deseo de trascender: que lo que somos alcance algo más allá de nuestro cuerpo, de nuestro tiempo, de nuestra memoria inmediata. En el ámbito filosófico y teológico, la obra The Transcendence of Desire (2023) ofrece una lectura muy interesante: convierte el “deseo” en motor de agencia política y espiritual, en una pulsión que busca elevarse, ir más allá de las circunstancias. La cultura no solo refleja lo cotidiano, sino que busca “mirar más allá”, una trascendencia inscrita en el arte, la religión, la política.
Metafóricamente hablando: si lo efímero es el fuego que chispea, el deseo de trascender es la promesa de que la ceniza pueda fertilizar algo nuevo. Y es en ese fertilizar-algo-nuevo donde hallamos el alma de muchas narrativas culturales y personales.
Reflexionemos:
¿Cuántas de nuestras acciones diarias están orientadas a “ser vistos/momentáneos” en lugar de “ser recordados/significativos”?
¿Dónde encontramos nuestra propia huella? ¿En un like, en un proyecto, en una conversación profunda?
¿Podemos reconciliar la velocidad del mundo moderno con un sentido de continuidad para nuestra vida? (Tal como la ceniza fertiliza…)
¿Y cuándo nos detenemos a pensar que quizá la trascendencia no está en dejar mucho, sino en dejar algo que importe, aunque sea poco?
Este tema es una invitación: a explorar cómo vivimos en el tiempo que se esfuma, y cómo aún deseamos construir algo que no solo dure, sino que tenga peso, memoria, quizás sentido. Porque tal vez el verdadero acto de rebeldía en una cultura de lo efímero no sea detenerse, sino dar valor al paso, a la huella, al eco. Y saber que cada huella, aunque invisible en el momento, puede germinar.
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