Mandatos Familiares

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De seguro conoces a algunas familias que por generaciones se dedican a cierto oficio o que heredan determinada profesión. Tal vez sea tu caso, de pronto seguiste la carrera de Derecho porque tu padre es abogado y tu abuelo también lo fue. No lo pensaste mucho al entrar a la facultad; debías seguir la profesión familiar sin mayores cuestionamientos. A lo mejor, en tu familia todos los hombres se llaman Francisco, el nombre se ha repetido de generación en generación porque es una tradición. Esto sucede por muchas razones, pero la principal es porque nuestros padres ejercen gran influencia en nuestras vidas. En este post trataremos el tema de mandatos familiares, que me resulta muy interesante y nos puede ayudar a entender algunas circunstancias de nuestras vidas.

El mandato familiar es una fuerza que actúa de manera automática; no es algo que cuestionemos racionalmente porque es lo “común” es “normal que así sea”. Es una herencia inconsciente, potencializados por las creencias, exigencias y expectativas de la familia; se siembra en la niñez y se reactiva en la adultez, en donde generaremos vínculos de acuerdo a nuestra misión en el mundo.

Conforme vamos creciendo, nuestras perspectivas van cambiando y muchas veces nos sentimos frustrados porque nos damos cuenta que por buscar la aprobación de mamá y papá, sacrificamos nuestra verdadera vocación. Creo que lo fundamental en este punto es seguir los mandatos de nuestro corazón; es decir que si hiciste o tomaste decisiones por mandatos familiares y ya no te sientes feliz; piensa que siempre hay tiempo de reparar porque lo fundamental en la vida es ser honestos con nosotros mismos.

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Existen varios mandatos que hemos interiorizado y que rigen nuestros comportamientos, por ejemplo asumimos con absoluta naturalidad la frase “el hombre es un animal de costumbres”, y no nos detenemos a analizar que es un enunciado que anula toda nuestra capacidad de revelarnos ante las rutinas, a ser emancipadores y proponer cambios. Es como si estuviéramos programados para poner nuestras propias zancadillas y nos condenamos a pensar que somos incapaces, a que tenemos lo que merecemos, a que está bien no cuestionar, a no afinar nuestro sentido crítico. Desarrollamos una amplia rigidez mental y emocional que es heredada a padres, hijos, parejas, amigos, sociedad, comunidades.

Pero, ¿son tan malos los mandatos familiares? Como todo, creo que depende del el ángulo en que lo analicemos. Son malos si hacemos algo por obligación o por miedo a la reprobación; cuando dejamos de lado nuestras iniciativas y nuestra libertad de elección. Muchos autores coinciden en que todos los mandatos condicionan nuestro desarrollo porque comandan nuestras vidas sin darnos la oportunidad de decidir a partir de nuestra experiencia. Nos vuelven seres estructurados con pensamiento rígido, sin autonomía.

Son buenos cuando contribuyen a la formación de la persona que queremos ser; cuando son una influencia positiva y nos producen felicidad. Lo importante es saber diferenciar la admiración, amor y respeto que les tenemos a nuestros padres y ser objetivos para rechazar aquello que no nos gusta de ellos; de poder tomar aquellas cosas que nos resultan de utilidad. Debemos actuar con autonomía, eligiendo lo que queremos para nosotros!

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Creo que lo más importante es seguir el camino que nuestro corazón nos manda. Para alcanzar la plenitud, debemos empezar a cuestionar si los mandatos familiares que hoy rigen nuestras vidas nos producen satisfacciones personales, plantéate las preguntas utilizando “deber” y “querer”. Cuando hallemos nuestras propias respuestas debemos aceptar nuestras circunstancias, abrazarnos, perdonarnos y tener la actitud y el empoderamiento para reparar, porque recuerda que siempre es tiempo de reparar!!!
Debemos configurar nuestras vidas sosteniendo nuestras propias ideas, escuchando nuestra voz interior y nuestros deseos más profundos.

Imágenes tomadas de Internet
Dulcinea
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