Mis Reacciones Dependen de Mí

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¿Has escuchado el dicho «a toda acción le corresponde una reacción»? Es una ley universal 100% cierta; sin embargo muchas veces nuestras reacciones pueden sobrepasarnos; me refiero a las reacciones impulsivas, que justificamos con frases como “llegaste a mi límite”, “me harte”, “yo  estaba tranquil@ y sus actitudes van siempre en contra de mi”. Es decir, reaccionamos ante un estímulo externo, una provocación que consideramos injusta y que nos obliga a tomar alguna acción extraordinaria como mecanismo de defensa. Nos hemos acostumbrado a ser reactivos, por eso  solemos delegar la responsabilidad de nuestras sensaciones a factores externos, asumiendo una actitud pasiva.

Sucede en situaciones cotidianas como, si es sábado estamos de buen animo; si es lunes nos predisponemos a estar cansados y de mal humor; si sale el sol nos sentimos felices y radiantes. También sucede cuando nos exaltamos respondiendo alguna crítica, acusación o alguna especie de provocación; sin darnos cuenta caemos en el mismo juego de la crítica y el juicio. Pero ¿por qué reaccionamos así? ¿Qué parte de nosotros necesita defenderse?.

Esas acciones sobredimensionadas, discusiones airadas, esas reacciones impulsivas que no forman parte de nuestra cotidianidad, son parte de nuestro ego herido, que interpreta y tiene la necesidad de quedar siempre por encima. Si analizamos la situación, las personas que nos perturban lo hacen porque nosotros lo permitimos. Si recibimos un insulto, una crítica o un desplante; solo nosotros somos capaces de manejar cuanto nos puede afectar; decidimos si nos lastima, si respondemos o lo ignoramos.

Por ejemplo, cuando nos enteramos que hay un chisme, o alguien está hablando mal de nosotros. Podemos enojarnos, indignarnos, sufrir por ello; también podemos ir a pedir explicaciones y desatar una pelea; pero en realidad nada de eso tendría que pasar si equilibramos nuestras energías, tenemos autocontrol y decidimos no reaccionar. Estas experiencias  incómodas, nos regalan la oportunidad de reconocer nuestras emociones, como el enfado, el dolor o la rabia. Comprenderemos que todo es parte de nuestro autoconocimiento y maestría personal.

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No reaccionar ante estos estímulos negativos no significa tener una actitud pasiva o ser permisivos; todo lo contrario, es accionar desde el corazón, con mucha inteligencia emocional. No significa que estamos “perdiendo”, porque no hay competencia alguna, lo que estamos haciendo al no reaccionar es tomar el control; no permitir que una situación  molesta se apodere de nosotros. Se trata de no permitir jamás que nada ni nadie perturbe nuestra paz ni nuestra libertad. Con esto no quiero decir que debemos aceptar maltratos físicos, verbales o emocionales; se trata de respetarnos, de buscar nuestro equilibrio; de alejarnos de todo aquello que no nos respeta y que no respetamos.

Se trata de no permitir que nuestro ego nos comande y a la vez, apaciguar los egos de nuestro alrededor. Esto sucede cuando no nos tomamos las cosas de manera personal, nos relajamos y dejamos que todo fluya sin ofendernos. Tal vez en ocasiones sea necesario tomar medidas prácticas para protegernos contra personas profundamente inconscientes, pero podemos hacerlo sin conflictos de por medio.

No reaccionar no es señal de debilidad, sino de fuerza e inteligencia. Para lograrlo podemos enfocarnos en  comunicarnos de manera asertiva para conectarnos con todo lo que nos rodea. Un primer paso es elegir nuestras palabras con responsabilidad, para conectar, no ofender y reconocer la magnificencia del otro. Dirijamos nuestra intención detrás de cada palabra y  comprobaremos que hay muchas cosas que es mejor no decir porque no aportan nada;  es solo nuestro ego queriendo tener la razón.

Reaccionar de la mejor manera implica ser una persona prudente, cambiar nuestra visión sobre la propia reacción; es decir que ante una reacción negativa, empecemos a actuar alejándonos de entornos conflictivos y decretando “hoy reaccionaré de la mejor manera, actuando”. Se trata de hacernos cargo de nosotros, aprendiendo a controlar nuestras emociones y reacciones. Cuando aprendemos a sentir lo que preferimos, empezamos a ser saludables emocionalmente.

Para lograrlo necesitamos ser reflexivos, examinar los pensamientos que me llevaron hacia sentimientos disfuncionales; debemos trabajar sobre esos patrones mentales que disparan emociones frustrantes, para poder  deshacernos de muchos mensajes como: «me enfermas», «me ofendes», «me avergüenzas», «me haces sentir mal». Debemos dejar de pensar que  los demás tienen el poder de  hacernos infelices; trabajemos en nuestra autonomía y empoderamiento.

Nuestras reacciones deben estar alineadas a nuestras certezas y propósitos. Nuestras reacciones no dependen de los demás, solo de nosotros!

Ilustraciones tomadas de Internet

 

Dulcinea
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