Desconectar para reconectar: la pausa necesaria a mitad de camino

Julio llega con esa sensación agridulce de haber cruzado un umbral invisible: la mitad del año. ¿En qué momento se nos fueron seis meses? ¿Y qué hemos hecho con ellos? Es inevitable preguntárselo cuando vemos que los calendarios ya empiezan a llenarse de “lo pendiente”, “lo urgente” o incluso “lo olvidado”.

Pero antes de volver a la carrera, propongo algo: hagamos una pausa consciente.

Desconectar no es sinónimo de rendirse ni de procrastinar. Es más bien un acto de amor propio, un gesto de cuidado profundo. Como escribe Clarissa Pinkola Estés: «No es que el mundo tenga demasiadas cosas que hacer, es que tiene demasiadas cosas que hacer que no alimentan el alma.” Quizá lo que necesitamos no es más productividad, sino más conexión con lo que realmente importa.

Porque en este punto del año no solo se trata de evaluar lo logrado, sino también de escuchar nuestras propias transformaciones. Tal vez algunas metas ya no nos mueven como antes. Tal vez lo que era prioridad en enero, hoy solo sea ruido de fondo. Y está bien. Los ciclos se mueven, y nosotros también.

Recargar no es solo descansar. Es revisar, resignificar y redibujar lo que queremos de aquí a diciembre. Es crear nuevas dinámicas desde un lugar más auténtico, más creativo, más alineado con quienes somos… y con quienes queremos ser.

Y si tienes vacaciones, aprovecha para descansar sin culpa. Y si no tienes días libres, igual puedes desconectar un rato del piloto automático; ver una película, sumergirte en una buena serie, caminar sin rumbo fijo, pasar una tarde con amigos o con tu familia, sin móviles de por medio ni listas de pendientes. Dedicarnos al 100% a nuestras pausas creativas, a apreciar los momentos simples, a nutrirnos de nuevas experiencias, nos ayuda a valorar lo que ocurre —y lo que aún está por ocurrir— en nuestras vidas.

A veces, parar un momento es el primer paso para avanzar mejor.

Dulcinea
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