El espejismo de trabajar bajo presión
En los últimos meses he recibido decenas de currículums, con un detalle que se repite con insistencia: casi todos destacan como “ventaja competitiva” el saber trabajar bajo presión. Se exhibe como si fuera una medalla conquistada en una batalla invisible, un estandarte que parece decir: “yo puedo resistir más que los demás”.
Me pregunto en qué momento convertimos la presión en un mérito y no en una circunstancia que, en realidad, debería evitarse. Hemos romantizado la resiliencia forzada, como si vivir en un constante estado de urgencia fuese el escenario natural del trabajo contemporáneo. Es como si hubiéramos confundido el arte de navegar con el acto de sobrevivir en un mar embravecido todos los días.
La presión puede ser útil en momentos puntuales —una entrega urgente, una crisis imprevista, una decisión límite—, pero no debería constituir el hábitat en el que demostramos nuestra valía. Convertir la presión en nuestro principal skill es como aprender a correr siempre con el agua al cuello: agotador, riesgoso y, a la larga, insostenible.
Lo paradójico es que, mientras nos enorgullecemos de ser héroes en un campo de batalla de plazos y demandas infinitas, relegamos otras habilidades que sí podrían nutrirnos y hacernos crecer sin quemarnos en el intento. ¿Qué lugar ocupa, por ejemplo, la creatividad, la escucha profunda, la inteligencia emocional o la capacidad de construir relaciones sanas? Estas no suelen brillar en los CV con el mismo fulgor, pero son las que realmente nos sostienen cuando la presión desaparece y lo que queda es la vida diaria.
Vivir permanentemente bajo presión es como estar en una película de acción sin guion de descanso: la adrenalina cautiva, pero tarde o temprano desgasta. En cambio, reconocer y cultivar otras habilidades es aprender a bailar con el tiempo y no solo a correr contra él.
Creo que es momento de dejar de romantizar la resistencia y empezar a valorar la competencia que no nos hiere. A entender que trabajar bajo presión puede ser un recurso, pero nunca el centro de nuestra identidad profesional. Porque el verdadero mérito no está en sobrevivir a la tormenta, sino en aprender a construir barcos que nos permitan navegar con dignidad y horizonte.
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